Ficha La colina de las amapolas

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Críticas de La colina de las amapolas (1)


Mad Warrior

  • 15 Feb 2024

7



Caminemos con la frente alta

Parafraseando el título de la mítica balada de Kyu Sakamoto, que continúa “...contando las estrellas con lágrimas en los ojos; voy recordando aquellos días de verano, pero esta noche ando completamente solo“.
La nostalgia de un pasado cálido, la soledad de un presente doloroso, que deja paso a un futuro lleno de incertidumbre...

Esa es la sensación que desprende “Kokuriko zaka Kara“, el sorprendente segundo esfuerzo de un Goro Miyazaki que aún tenía dudas para volver a una industria donde tantos varapalos sufrió por culpa de su incomprendido debut “Tales from Earthsea“, causante también de un furioso conflicto con su padre, el todopoderoso Hayao. Y es irónico que uno de los detalles más criticados de aquel film fuese su infidelidad a la obra original, ya que ahora es este último quien principalmente escribe el guión y decide alejarse del tono y la trama de la fuente de inspiración: el manga homónimo del genio autor y poeta Tetsuro Sayama.
Un trabajo que sólo llegó a los ocho volúmenes hasta que fue cancelado a mediados de 1.980, pero suficientemente poderoso para llamar la atención de Hayao, quien, mientras disfrutaba de su lectura junto a sus colegas Hideaki Anno y Mamoru Oshii, desarrollaba ideas sobre una adaptación; y no así la historia experimenta algunos cambios al tiempo que su hijo es contratado para dirigirla, despertando en ellos, a pesar de haberse reconciliado, nuevas fricciones. El bueno de Goro se enfrenta al reto de retratar un mundo real, en el que no llegó a vivir (su infancia se dio en los “70), pero sí puede recrear gracias a la evocadora nostalgia...

Desde la visión más naturalista e intimista de Ghibli, nos acercamos a la Yokohama rural de principios de los “60 desde el hogar de Umi, muchacha de secundaria que se ocupa del hogar en ausencia de su madre; en las escenas interiores el director sitúa el plano a la altura de la mesa, aprendiendo de su padre las influencias de Ozu, y todo se desarrolla al paso tranquilo de Umi, al ritmo paciente del mar que se expande frente a su casa. La belleza del simple costumbrismo que en el mundo del anime ya nos han enseñado a valorar Hosoda, Ishihara y Takahata, aquí nos absorbe con ternura.
Irónico ya que se respira el aire de rebeldía de aquella década, un sentimiento airado de política revolucionaria contra las ataduras de un pasado ya obsoleto. Esto viene dado por una trama que a su vez derivará en varias; Hayao tergiversa los hechos del manga y las confrontaciones entre Shun y el presidente del consejo Mizunuma se convierten en un acto de confraternización al unirse contra la dirección del instituto, que planea derribar el edificio de clubs debido a su antigüedad, dando pie a una discusión sobre la importancia de preservar el pasado y su legado para construir un futuro mejor sin cometer los mismos errores.

Al menos estos problemas y comentarios son a los que se les presta atención...hasta que los ojos de Umi, asombrados, se clavan en Shun, y no hace falta que nadie nos vaticine cómo la amistad que surge entre ellos terminará en romance porque es demasiado obvio. Y Hayao, obviando las partes más sombrías del manga (buen material para Shinji Somai de haberse realizado un “live action“), se refugia en la calidez del amor inocente, hasta el punto de hacernos creer que la película habla de los recuerdos de la protagonista, en el tiempo suspendido de una época de paz para Japón, tras la asunción de las cicatrices que dejó la guerra y antes de la prosperidad económica y el auge del capitalismo.
E incluso cuando el primer giro de guión asoma, también fácil de ver, ni él ni su hijo caen en la tentación de reflejarlo de una forma melodramática ni oscura; y es que en el manga la revelación del controvertido lazo familiar entre la pareja (una mancha del pasado) que provoca tensión y malos rumores entre los compañeros aquí se asume con una naturalidad pasmosa (considerando que hablamos de un estudio como Ghibli...). En este punto todo lo referente a la lucha por el club ha quedado en un segundo plano en favor de la introspección en las vidas de Shun y Umi.

Se confia en los jóvenes de ese país que aún está esperando el salto al desarrollismo, por eso todos trabajan unidos para reestablecer el edificio, hombres y mujeres, miembros de diferentes clubs, etc.; el pasado permanece, pero bajo una visión nueva, restauradora, mientras que la guerra, la Historia, da a la pareja una ausencia paternal que deben afrontar con el clásico estoicismo japonés (curiosamente Goro colabora con Hayao en esta obra, pero él se comporta más como un compañero o un jefe que como un padre; esta sensación de ausencia se refleja en el drama de los personajes).
La intimidad es acariciada por la aterciopelada voz de Aoi Teshima, el cuidado y refinado diseño artístico realza los detalles y los colores, es fácil perderse en este imaginario donde la épica procede de los sucesos del día a día y las puras emociones, sin embargo la trama, que ha seguido su progresión de no respetar ni lo más mínimo el trabajo de Sayama, sufre un segundo desvío justo cuando había acertado al mostrar un bello romance entre los chicos pasando por alto lo polémico del tema. A fin de cuentas Ghibli es Ghibli y se prefiere apostar por lo convencional, lo políticamente correcto, dejando el lazo familiar en un simple y muy tramposo artefacto.

De no ser así, de haber sido fiel al manga, la historia se habría pronunciado original y provocativa; quizás Hayao impuso sus ideales a su hijo o no era el trabajo adecuado. También se suma el que la producción fue interrumpida por el desastroso terremoto que golpeó a Japón aquel 2.011.
En ese momento era mucho mejor proponer un universo de nostalgia y pureza que hiciera olvidar todo el caos y el terror que vivía la nación. Así, “Kokuriko zaka Kara“ se estrena sin demasiados retrasos y encuentra la reacción diametralmente opuesta a “Tales from Earthsea“...hasta convertirse en una de las películas de anime más exitosas de todos los tiempos.



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